Cuando un bebe nace
siempre está “presente” y, en la medida en que vaya desarrollándose y
creciendo, irá perdiendo esa percepción sustituyéndola por la de la mente con
sus pensamientos y creencias aprendidas y esto (obviamente) va a depender de la
infancia que tenga, las memorias heredadas y la información de su propia
personalidad.
Todos lo
comprenderíamos si planteamos la historia de un niño que haya sido criado en
una isla donde apenas haya tenido contacto humano ni haya una estructura social
ya creada o impuesta. Un lugar donde la naturaleza es la que manda de forma que
ese niño no aprende conductas establecidas, actitudes mentales o creencias
determinadas…
Sólo aprende a
sobrevivir con las experiencias de su entorno funcionando, en casi su
totalidad, de forma biológica. Ese niño no tendrá gran capacidad de
razonamiento mental o de lógica educacional desde el intelecto según los
patrones aprendidos en una sociedad ya estructurada y condicionante…
"Pero ese niño si estará, siempre, “PRESENTE” y nadie le enseñó cómo
hacerlo porque es una actitud innata al ser. Es la “presencia” de nuestro ser a
través de nuestro cuerpo"
Observar la
diferencia entre la presencia y el intelecto es cuestión de sentir más que una
explicación en la que pudiera decir que es observar sin pensar o poner
etiquetas (lo dicen los maestros). O que es sólo sentir, eso lo entiende todo
el mundo, así que, dejemos que cada uno sienta por sí mismo.
Si vivíamos en un
ambiente que nos asustaba ¿Quién desearía permanecer así, cuando un niño lo que
quiere y necesita es amor, comprensión, apoyo y protección? De niños
estamos indefensos, somos vulnerables por lo que, retirarnos o marcharnos, sólo
lo haríamos en un estado de gran estrés o estado de shock en el que solo
veríamos algunas opciones como salir corriendo, quedarnos paralizados o
reventar llorando, pataleando…
"Cuando, físicamente hablando, no conseguimos huir de lo que
estamos viviendo, otra forma que nos queda es la mental y nos separamos,
mentalmente hablando, del presente"
Cuando no se ha
llegado al límite en la resistencia a algo, lo primero que podemos hacer, y que
nos resulta más fácil, es evadirnos mentalmente. Esto ocurre seamos pequeños o
siendo ya adultos. Sucede constantemente porque seguimos reproduciendo situaciones
y formas de vida que, en muchos casos, no aprobamos pero no somos capaces de
cambiarlas y las permitimos o consentimos.
Nos aburre el
presente. No queremos pararnos a sentir cada momento como cuando
estamos fregando los platos ¡qué aburrido!, intentamos huir y lo hacemos
lo más deprisa que podemos. No disfrutamos de las cosas más sencillas y
necesarias del día a día.
Estamos siempre pensando en la acción siguiente (atados a horarios…) o
en algo del pasado. Acostumbrados a organizar, plantear, pensar, disponer,
preocuparnos, buscar… Es un -no parar- constante…
Distinto son todas
aquellas personas que no tienen opciones y se rinden totalmente. Algunos
resignados, no pueden distraerse como otros porque no tienen o no ven opciones
con las que soñar.
Pienso que, cuando
hay aceptación y satisfacción con lo simple de la vida, la resistencia al
presente no tiene sentido porque todo es un disfrute, hasta el “no hacer
nada” es aceptado sin que esto suponga un problema para nuestra mente.
"El presente es la constante interminable que existe en este
espacio-tiempo y en el cual se muestran todas las posibilidades que nuestra
mente tanto se empeña en separar y descartar"