Debemos tener en cuenta que cuando
hablamos sobre creencias ya estamos hablando de una percepción diferente de lo
real, adentrándonos en el terreno de la fe, que en ciertos casos sirve para
justificar acciones irracionales en una obediencia ciega a una autoridad
divina. Sin embargo, aunque la religión es el campo propicio donde se cultivan
conductas que podríamos relacionar con enfermedades mentales, dichas conductas
no residen como tal en las instituciones religiosas, sino sobre todo, en la
interpretación personal o colectiva de las doctrinas y en la vivencia de dichas
prácticas incorporadas poco a poco como legítimas en la mente de cada creyente
y que se expresan de forma consciente o inconsciente en comportamientos o
acciones, casi siempre irracionales. La fe mueve al creyente a desprenderse de
una racionalidad común, convirtiéndose en un arma de doble filo para la
sociedad, al llevar a la persona de razón a la locura alternativamente, en unos
casos más que en otros. En este escrito daremos una visión panorámica de la
posible relación que existe entre religión (entendida como religiosidad) y la
enfermedad mental, acercándonos primero desde Dawkins a la experiencia personal
del fenómeno, y luego desde la aproximación que hace Szasz entre creencia
religiosa y esquizofrenia, idea que se concretará con la posición de Sartre
sobre la fe de Abraham y sobre cómo abandonarse en una creencia religiosa es
tan enajenante como la misma creencia patológica del esquizofrénico.
Richard Dawkins |
Sobre la experiencia personal
De acuerdo a Richard Dawkins en El
espejismo de Dios (2007), uno de los argumentos que utilizan los
creyentes para justificar una revelación de Dios y que los mueve a actuar o a
transformar su vida, es el “argumento de la experiencia personal “de algunas
situaciones “milagrosas” o, más bien, poco usuales que les hace pensar en un
designio divino. Veamos un ejemplo:
Uno de los más
listos y maduros de mis compañeros de promoción, que era profundamente
religioso, se fue de acampada a las islas escocesas. En mitad de la noche, él y
su novia fueron despertados en su tienda de campaña por la voz del diablo —el
propio Satanás; no había duda posible: la voz era, en todos los sentidos,
diabólica—. Mi amigo nunca olvidaría esa horrible experiencia y este fue uno de
los factores que le impulsaron a su ordenación como religioso. Mi propia
juventud se sentía impresionada por su historia, y la repetí en una reunión de
zoólogos que se estaban relajando en la taberna La Rosa y la Corona, en Oxford.
Sucedió que dos de ellos eran ornitólogos y se empezaron a reír a carcajadas. «¡Una
pardela de Manx de Manx!», gritaron a coro. Uno de ellos añadió que los
diabólicos gritos y cacareos de estas especies le habían hecho ganar, en
diversas partes del mundo y en diferentes idiomas, el apodo local de «Pájaro
del Diablo».
De esta manera, según Dawkins (2007)
muchos creyentes deben su fe en Dios a una experiencia personal, les parece
haber visto la aparición milagrosa de una virgen o un ángel de luz que, creen,
los ha salvado de alguna situación de peligro, o sienten que Dios les habla
directamente en el interior de sus cabezas, revelándoles algo o dándoles una
misión, como sucede con los pacientes esquizofrénicos. Sin embargo, un
argumento basado en la experiencia personal sólo puede convencer a aquellos que
han experimentado la aparición o escuchado las voces; pero para los demás es la
que tiene menos credibilidad, principalmente por posibles implicaciones
psicológicas o psiquiátricas. En otras palabras:
¿Dices que has experimentado a Dios
directamente? Bien, algunas personas han visto un elefante rosa, pero
probablemente eso no nos impresiona. Peter Sutcliffe, el violador de
Yorkshire, distinguía con claridad la voz de Jesús diciéndole que
matara a mujeres, y fue encerrado de por vida. George W. Bush dice que Dios le
dijo que invadiera Iraq (una lástima que Dios no le revelara que no había armas
de destrucción masiva). Los individuos que están en los manicomios piensan que
son Napoleón o Charlie Chaplin, o que el mundo entero está conspirando en su
contra, o que pueden transmitir sus pensamientos a los cerebros de otras
personas.
En realidad no existe una verdadera
diferenciación entre una creencia religiosa y una creencia derivada de
problemas psiquiátricos, que no tiene una justificación racional, como lo
describe Sam Harris en El Fin de la Fe, más que por la simple
recurrencia. Cuando las creencias de una persona están dentro del rango de lo
común, la persona es religiosa; pero si sus creencias son poco comunes, como
ser Superman, creerse la reencarnación de Jesucristo o poder ver con sus ojos
la composición atómica de la realidad, decimos que está loca. Aunque, para
Harris, es normal que las estadísticas determinen los estándares de salud, y
que la cultura occidental siga interpretándola creencia de que Dios pueda oír
lo que pensamos o hablarnos en el interior de nuestra mente, como algo normal;
“mientras que es una demostración de enfermedad mental creer que se comunica
contigo mediante un código morse repiqueteando en tu ventana en un día de
lluvia. Y así, mientras que las personas religiosas normalmente no están locas,
sus creencias profundas sí lo son”.
En ese sentido, la realidad que
experimenta la persona que tiene la visión religiosa se presenta como algo
construido mediante una captación actualizada e inmediata del entorno, al contrario
del esquizofrénico, al que su mente le construye internamente una realidad que
no asume libremente. Según Dawkins, el cerebro humano funciona con un software de
simulación de primera clase. Nuestros ojos no presentan a nuestro cerebro una
fotografía fidedigna de lo que hay en el exterior, o una película precisa de lo
que ocurre a lo largo del tiempo. Nuestros cerebros construyen continuamente un
modelo actualizado: actualizado por los impulsos codificados que revolotean por
el nervio óptico, sin embargo, construidos.
Pero para Dawkins, tal captación de
datos sensoriales se configura de acuerdo a unas ideas o creencias
preestablecidas. Nos encontramos entonces con una especie de alternancia
frecuente entre dos realidades que se complementan con los datos recibidos del
entorno, presentes ambas en la mente del creyente. De esta manera, el cerebro
elije, según se requiera, una simulación u otra: se puede experimentar la
realidad-real y de un momento a otro cambiar a una realidad ficcionada de forma
imperceptible, de manera que esa segunda realidad puede ser percibida casi como
la primera, pero alterada en diferentes grados según sea la persona que
experimenta el “estímulo religioso” que se presenta, y la misma intensidad de
dicho estímulo. Tal cambio en la percepción se explica de la siguiente manera:
El software de simulación del cerebro
es especialmente adepto a generar caras y voces. En el alféizar de mi ventana
tengo una máscara hueca de plástico de Einstein. Cuando se la mira de frente
parece, sin duda alguna, una cara sólida. Lo que es sorprendente es que, cuando
se la mira desde detrás —por la cara hundida— también parece una cara sólida y
nuestra percepción de ella es, en realidad, muy extraña. Según el que la está
mirando se mueve a su alrededor, parece que la cara le está siguiendo —y no de
la forma sutil y poco convincente en que se dice que nos siguen los ojos de la
Mona Lisa—. Realmente, realmente, parece que la máscara hundida se está
moviendo. Las personas que no han visto con anterioridad esta ilusión se quedan
boquiabiertas de asombro. Más extraño aún: si la máscara está montada en una
base que gire lentamente, parece rotar en la dirección correcta cuando estás
mirando a la cara sólida, pero en la dirección opuesta cuando la cara hundida
es visible. El resultado es que, cuando te fijas en la transición de una cara a
otra, la cara entrante parece «comerse» a la cara saliente. Es una ilusión
alucinante y bien valen la pena los problemas que origina cuando se mira. A
veces puedes estar sorprendentemente cerca de la cara hundida y no darte cuenta
de que «realmente» está hundida. Cuando se ve esto, tiene lugar de nuevo una
alternancia repentina, que puede ser reversible.
Una vez, cuando era niño, oí a un
fantasma: una voz masculina murmurando, como si fuera una recitación o una
plegaria. Casi pude, aunque no del todo, identificar las palabras, que parecían
tener un serio y solemne timbre. Me habían contado historias de tumbas de
sacerdotes en casas antiguas y yo estaba un poco asustado. Pero salté de la
cama y me acerqué a la fuente del sonido. Según me acercaba, sonaba más alto, y
entonces, de repente, «alternó» dentro de mi cabeza. Ahora estaba lo
suficientemente cerca para discernir lo que era en realidad. El viento, pasando
por el ojo de la cerradura, estaba creando sonidos que el software de
simulación de mi cerebro había usado para generar el modelo de un discurso
masculino, entonado solemnemente. Si hubiera sido un niño más impresionable, es
posible que no solo hubiera «oído» un discurso ininteligible, sino también
palabras concretas e incluso frases completas. Y si hubiera sido educado de una
forma impresionable y religiosa, me pregunto qué palabras es posible que
hubiera dicho el viento.
De esta manera se hace evidente, como
hemos dicho antes, que el cerebro tiene la tendencia de elaborar modelos
constructivos, y esto puede hacerlo por medio de la imaginación, de los sueños;
o cuando se da de forma excesivamente vívida, en la alucinación. Pero esto no
significa que aquello configurado en imagen o sonido sea algo real. Aunque, “si
somos crédulos, no discernimos las alucinaciones o un sueño lúcido de lo que es
la realidad, y afirmamos haber visto u oído un fantasma; o un ángel; o Dios; o
—especialmente si da la casualidad de que somos jóvenes, mujeres y católicas—
la Virgen María. Tales visiones y manifestaciones no son una buena base para
creer que los ángeles, dioses o vírgenes están ahí realmente”.
Además de todo lo dicho con respecto a
la experiencia personal en el campo de las alucinaciones, Dawkins se pregunta
por las visiones colectivas, como la que se cuenta de setenta mil peregrinos en
Fátima el 13 de octubre de 1917 con el llamado milagro del sol, los
creyentes reportaron ver el sol moverse violentamente y casi caer sobre la
multitud ¿Cómo podemos explicar que tantas personas pudieran compartir una
misma alucinación? Podría ser que dicha elucidación colectiva se derivara de la
exposición prolongada de la retina a la luz directa del sol, o por la
exposición insistente por breves períodos de tiempo, o por ciertas alteraciones
atmosféricas que incluso pudieron hacer parecer que el sol giraba y cambiaba de
color. Lo cierto es que el resto del mundo no pudo apreciar ese fenómeno, que
si fuera real, implicaría la destrucción del sistema solar. También parece
improbable que tantas personas fueran engañadas a la vez, o tal vez todos
fueron persuadidos para observar el milagro al mismo tiempo, exponiendo y
maltratando sus retinas por la luz directa del sol. Pero, para Dawkins, podemos
considerar como más posible cualquiera de las anteriores situaciones que su
alternativa, es decir, que el sol si hubiera salido agresivamente de su órbita
y que esto hubiera destruido el sistema solar, pudiendo ser percibido tal
acontecimiento solamente por aquellos que estuvieran en Fátima.
¿Llena la religión un vacío?
“A menudo se dice que
hay un vacío con forma de Dios en el cerebro, que necesita ser rellenado:
tenemos una necesidad psicológica de Dios —amigo imaginario, padre, gran
hermano, confesor, confidente—, y que necesita satisfacerse tanto si Dios
existe realmente como si no”.
Dawkins se pregunta ¿si tal vacío
existiera en el cerebro humano, en realidad tendría que ser llenado por Dios?
Podríamos llenarlo con cualquier otra cosa, como con arte, con ciencia; con
amor a una vida concreta en este mundo, sin esperar que exista una en el más
allá; con amor hacia la naturaleza o hacia la amistad. Pero en realidad no lo
sabemos. Lo que sí se sabe es que la religión ha ejercido cuatro roles
principales en la vida humana: explicar, exhortar, consolar e inspirar.
Podríamos decir que Dios se presenta
como un amigo imaginario. Parece que los niños que tienen amigos imaginarios en
realidad creen que existen e incluso pueden verlos, en su alucinación, de forma
tan clara como a cualquier persona. El amigo imaginario se convierte en un
compañero de camino y en un confidente, los mismos roles que atribuimos a Dios,
como sucede en el siguiente ejemplo:
Una niña, tenía un “pequeño hombre
púrpura”, que para ella parecía una presencia visible y real; y que se
manifestaba a sí mismo, chispeando desde el aire con gentiles sonidos de
campanillas. Él la visitaba regularmente; especialmente cuando se sentía sola,
pero con decreciente frecuencia a medida que avanzó en edad. En un día en
particular precisamente antes de ir al kindergarten, el pequeño hombre púrpura
vino hacia ella, anunciado por la usual fanfarria de campanillas y le anunció
que no la visitaría más. Esto la entristeció, pero el pequeño hombre púrpura le
dijo que ella se estaba haciendo grande ahora y que no lo necesitaría a él en
el futuro. Él tenía que irse para poder cuidar a otros niños; él le prometió
que regresaría si alguna vez ella realmente lo necesitaba. Él regresó muchos
años después; en un sueño, cuando ella tuvo una crisis personal y estaba
tratando de decidir qué hacer con su vida. La puerta del cuarto se abrió y
apareció una carretilla cargada de libros siendo empujada hacia dentro del cuarto…por
el pequeño hombre púrpura. Ella interpretó esto como un consejo de que ella
debería ir a la universidad—consejo que siguió y después juzgó como bueno.
A partir de este ejemplo, nos dice
Dawkins, podemos llegar a comprender los roles de consolación y asesoramiento
que realizan los dioses imaginarios en las vidas de las personas, lo cierto es
que a pesar de que puedan existir solamente en la imaginación, se presentan
como completamente reales y siempre están dispuestos a escuchar con paciencia.
Pero, no sabemos si los dioses evolucionaron en sus roles de consoladores y
consejeros de los amigos imaginarios de la infancia en la etapa primitiva de la
humanidad, es decir, conservando y retornando a esa necesidad infantil habiendo
evolucionado ya la especie, para Dawkins, podría ser más bien lo contrario, los
dioses y los amigos imaginarios podrían estar relacionados por medio de la
evolución humana pero de forma inversa, pensando que la separación de la mente
bicameral, planteada por el psicólogo estadounidense; Julian Jaynes (teoría que
afirmaba que algunas personas percibían su propio pensamiento como algún tipo
de conversación entre un “yo” y algún otro protagonista, aunque o ya sabemos
que ambas voces son la nuestra, por lo menos si queremos seguir siendo
considerados dentro del rango de la salud mental), se dio progresivo regreso
hacia la infancia en donde las alucinaciones sobre amigos imaginarios ya
estaban siendo superadas, es decir, en esa humanidad primitiva los dioses
imaginarios desaparecieron primero de las mentes adultas, dispersándose
progresivamente cada vez más hacia atrás, hasta las instancias más tempranas de
la vida, quedando sólo unos pequeños rezagos que no se presentan en todos los
niños, ni de la misma forma. El único problema con esta teoría es que no
podríamos explicar porque todavía siguen presentes los dioses en la mente de
los adultos humanos actuales, en este sentido, simplemente tendremos que
interpretar a los dioses y a los amigos imaginarios como sub-productos de la
misma predisposición psicológica.
Religión y esquizofrenia
“Si hablas con Dios, estás rezando; si Dios habla contigo, tienes
esquizofrenia. Si los muertos hablan contigo, eres un espiritista; si Dios
habla contigo, eres un esquizofrénico”.
Para Thomas Szas
z en El
segundo pecado, de forma similar a como lo plantea Dawkins, la frecuencia
con que se presentan algunas creencias en la colectividad, puede determinar
para la mayoría lo que podemos llamar normal y anormal en términos de salud
mental, en este sentido, un enfermo mental sería aquel que tiene opiniones o
comportamientos completamente desprendidos de los comportamientos y creencias
sociales estándares. Sin embargo, no existe una diferenciación justificada
entre las creencias que tiene un esquizofrénico y las que tiene un protestante,
un católico o un musulmán (más que la que se atribuye a su identidad religiosa)
En este contexto, podemos pensar en diferentes movimientos religiosos marcados
por el fanatismo y la radicalidad, donde la religión parece facilitar una
visión distorsionada de lo moral y lo legal; como lo fueron en su tiempo las
cruzadas, que eliminaban a cualquier costo a los enemigos del Papa, de las
cuáles una de ellas se dirigió, por órdenes de Inocencio III, contra la
misma Europa para eliminar la herejía de los Cátaros, poniendo como buena la
persecución religiosa y las masacres en nombre de la fe; la Santa Inquisición,
perfeccionó instrumentos y técnicas de tortura e instaló en el ideal colectivo
todo tipo de Folklore sobre brujas, herejes y endemoniados; y en nuestro
tiempo, los grupos islámicos fundamentalistas, que basados en la licencia de la
defensa de sus ideales religiosos, propenden por la destrucción de cualquiera
que piense o rece diferente, por medio de decapitaciones, crucifixiones y
ahogamientos que además difunden como propaganda. Todos estos fanáticos
religiosos ni fueron ni son encerrados en instituciones psiquiátricas o
similares para que cambien sus creencias, modifiquen las acciones irracionales
que fundan en ellas, y asuman las que tienen la mayoría de las personas, como
sucede con los esquizofrénicos. Así lo afirma Szasz:
Thomas Szasz |
Según Szasz, los psiquiatras se
concentran en la búsqueda de genes defectuosos, daños en la comunicación
neuronal o falencias químicas en el cerebro como causas determinantes de la
esquizofrenia, ya que ésta ha sido constituida como una enfermedad, pero “Si
llamáramos enfermedad al cristianismo o al comunismo, ¿buscarían entonces los
psiquiatras las «causas» químicas y genéticas de estas «dolencias»?”. Al
contrario de esto, el tratamiento psiquiátrico parece tomar el aspecto de
venganza de una sociedad ofendida porque el anormal expone sus poco cotidianas
creencias, perturbando a veces los espacios ajenos. En otras palabras:
¿Por qué los psiquiatras han prestado
tanta atención a los llamados síntomas del esquizofrénico y tan poca a sus
derechos? Quizá porque muchos esquizofrénicos se comportan como si los demás no
tuvieran ningún derecho: violan su intimidad, por no decir su sentido de la
realidad. Así pues, al esquizofrénico puede tratársele como: 1) un loco
peligroso; 2) una persona que tiene experiencias sumamente dramáticas e
insólitas; o 3) una persona que no respeta los derechos ajenos.
Aunque ya sabemos que tal venganza no
se aplica con los que profesan creencias religiosas, y que en ocasiones, traen
consecuencias mucho más dañinas y ofensivas en especial para otros grupos de
creyentes, para los no creyentes o para el que se cruce en el medio.
Para Szasz, lo que normalmente se
denomina esquizofrenia es la exageradamente baja capacidad que tiene una
persona para seguir reglas. Un niño puede aprender una cantidad de reglas
mediante la autoridad de los padres y adultos que lo rodean, cómo hablar, cómo
vestirse, cómo comportarse en sociedad. Un comportamiento en el niño que puede
desencadenar esquizofrenia podría deberse a la poca atención de los adultos o
al poco reconocimiento de la autoridad, como sucede comúnmente en la
adolescencia. En esta etapa, especialmente si se carece de una autoridad que
establezca reglas, el joven actúa como si nada se le pudiera prohibir. Si algo
le está prohibido de alguna manera es porque eso no vale la pena; sin no sabe
hacer algo bien, finge tener conocimientos que no posee. En ese sentido,
esquizofrenia podría ser entendida como un tipo de arrogancia.
De esta manera, cuando una persona se
presenta como la reencarnación de Jesucristo, saliéndose de los esquemas de
comportamiento y creencia establecidos socialmente, un psiquiatra tradicional
dirá que sufre alucinaciones; mientras Szasz afirmará que está mintiendo, pues
no podemos saber estrictamente cuál es la diferencia, cuál es la creencia
normal y cuál la anormal:
Una ilusión es algo que te ocurre,
algo que «tienes». Una mentira es algo que tú haces que ocurra, algo que tú
haces. ¿Cuál de los dos puntos de vista es correcto? Algo que le ocurre a una
persona –un accidente o un error– es neutral en lo que a motivaciones se
refiere; por lo tanto, puede que beneficie a la persona. Pero las personas que
tienen ilusiones nunca afirman ser Fulano (sus amigos y vecinos): siempre
insisten en que son Jesús o Napoleón.
Hay muchas personas que dicen haber
presenciado apariciones de vírgenes y santos, en ellas, afirman los elegidos,
hay una verdadera interacción, un éxtasis religioso, como en el caso de Santa
Teresa de Jesús, de San Francisco de Asís o de los pastorcitos de Fátima. Y no
puede faltar el ejemplo de Abraham, al que Dios ordena inmolar a su hijo como
ofrenda de lealtad y que, aunque vacilando, se dispuso a hacerlo, pero
librándose de matarlo porque Dios le habla diciendo que había pasado la prueba.
En este sentido, la religión hace una diferencia entre las apariciones o
visiones que puede presenciar un iluminado y las que puede tener un loco, la
diferencia es simple, en la primera hay una comunicación con la divinidad y en
la segunda, un trastorno mental. “ De ahí la asociación íntima, en el
pensamiento psiquiátrico moderno y en el pensamiento moderno “intelectualmente
sofisticado “en general, entre la llamada excesiva religiosidad y la
locura—suponiendo que la locura a menudo se manifiesta a través de “una
excesiva religiosidad”, y la “excesiva religiosidad” a menudo es contemplada
como una causa de la locura”.
Sobre la creencia de Abraham
De esta manera, entregamos la
responsabilidad que tenemos sobre nuestras acciones a un dios. En Sartre, el
hombre es angustia, ya que se compromete cuando elige y al mismo tiempo es un
legislador que elige la humanidad entera, por lo cual también es responsable.
Estar angustiado es, entonces, sentir la experiencia de la libertad, la
indeterminación que todos quieren llenar con otras cosas sin éxito. La angustia
sigue oculta y espera pero resurgirá tan pronto las distracciones se dispersen,
los partidos de fútbol que transmiten los domingos por la tarde, el cine,
caminar de arriba para abajo las calles, reunirse con los amigos, la música
todo el día, los mensajes del móvil e incluso música mientras duermes. Pero hay
un vacío fundamental, una profunda incertidumbre ante la cual la mayoría no
puede sobrevivir sin llenarla, y es precisamente el espacio que le hemos
reservado a la indeterminación de Dios.
Para Sartre es todo lo contrario,
aunque la experiencia de lo indeterminado siga siendo la misma, no hay manera
alguna en que podamos entregar la responsabilidad de nuestros actos a un dios,
sino por un enmascaramiento de nuestra propia libertad. Aunque parezca en
realidad el atributo de un santo, una creencia ciega, asumida voluntariamente,
no puede distinguirse mucho de la creencia que posee un enajenado mental de
forma involuntaria, y es por eso que debemos abandonarla. Sólo yo puedo decidir
si esa voz es la de Dios, pero si a mí me parece que lo es, no puedo obligar a
lo de más a que lo crean. En palabras de Sartre:
Conocen ustedes la
historia: un ángel ha ordenado a Abraham sacrificar a su hijo; todo anda bien
si es verdaderamente un ángel el que ha venido y le ha dicho: tú eres Abraham,
sacrificarás a tu hijo. Pero cada cual puede preguntarse; ante todo, ¿es en
verdad un ángel, y yo soy en verdad Abraham? ¿Quién me lo prueba? Había una
loca que tenía alucinaciones: le hablaban por teléfono y le daban órdenes. El
médico le preguntó: Pero ¿quién es el que habla? Ella contestó: Dice que es
Dios. ¿Y qué es lo que le probaba, en efecto, que fuera Dios? Si un ángel viene
a mí, ¿qué me prueba que es un ángel? Y si oigo voces, ¿qué me prueba que
vienen del cielo y no del infierno, o del subconsciente, o de un estado patológico?
¿Quién prueba que se dirigen a mí? ¿Quién me prueba que soy yo el realmente
señalado para imponer mi concepción del hombre y mi elección a la humanidad? No
encontraré jamás ninguna prueba, ningún signo para convencerme de ello. Si una
voz se dirige a mí, siempre seré yo quien decida que esta voz es la voz del
ángel; si considero que tal o cual acto es bueno, soy yo el que elegiré decir
que este acto es bueno y no malo. Nadie me designa para ser Abraham, y sin
embargo estoy obligado a cada instante a hacer actos ejemplares. Todo ocurre
como si, para todo hombre, toda la humanidad tuviera los ojos fijos en lo que
hace y se ajustara a lo que hace. Y cada hombre debe decirse: ¿soy yo quien
tiene derecho de obrar de tal manera que la humanidad se ajuste a mis actos? Y
si no se dice esto es porque se enmascara su angustia.
De esta manera, la angustia de tomar
una decisión es precisamente el abordaje previo de una acción anticipada, se
trata de elegir una opción entre una diversidad de posibilidades, la cual tiene
valor por el mismo hecho de haber sido elegida, y asumir la responsabilidad de
las consecuencias de dicha elección. Sin embargo, todo esto no puede ser
posible si entregamos nuestra responsabilidad y nuestra libertad a un agente
externo como lo es un dios. Así, la angustia se explica en la medida que somos
conscientes de que estamos en el desamparo, sin un Dios que dicte normas. Pero
no se trata simplemente de afirmar a la ligera que Dios no existe, pues la
mayoría piensa que, aunque éste fuera solamente una idea, es una idea que hace
posible que haya una moral, un tipo de vigilancia que hace que actuemos
correctamente, que existan unos valores a priori.
Para el existencialismo, los valores
seguirán existiendo, “nada se cambiará aunque Dios no exista; encontraremos las
mismas normas de honradez, de progreso, de humanismo, y habremos hecho de Dios
una hipótesis superada que morirá tranquilamente y por sí misma”. Esto
suena coherente aunque para las personas creyentes es incómodo pensar que
pueden ser dueños de su propia responsabilidad y que ya no pueden delegarla a
un agente externo o refugiarse en normas impuestas para justificar sus
acciones, para afirmar que no son libres. Como lo dice Sartre:
El existencialista, por el contrario,
piensa que es muy incómodo que Dios no exista, porque con él desaparece toda
posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible; ya no se puede tener
el bien a priori, porque no hay más conciencia infinita y perfecta para
pensarlo; no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que haya que ser
honrado, que no haya que mentir; puesto que precisamente estamos en un plano
donde solamente hay hombres.
Sartre dirá que la existencia precede a
la esencia y eso precisamente significa que no estamos determinados, que no
somos algo definitivo y terminado, sino que nos hacemos en la medida en que
existimos, en que elegimos, en que creamos nuestros propios valores, en que
hacemos evidente la característica más fundamental de cada uno como proyecto de
vida, la libertad. En ese sentido, no encontrar un dios que nos determine, que
tenga una misión para nosotros o que trate de regular nuestra conducta por
medio de mandamientos, hace evidente que estamos solos a la hora de decidir y
sin excusas a la mano para ocultar nuestra propia libertad. En palabras de
Sartre:
Dostoievsky escribe: “Si Dios no
existiera, todo estaría permitido”. Este es el punto de partida del
existencialismo. En efecto, todo está permitido si Dios no existe y, en
consecuencia, el hombre está abandonado, porque no encuentra ni en sí ni fuera
de sí una posibilidad de aferrarse. No encuentra ante todo excusas. Si, en
efecto, la existencia precede a la esencia, no se podrá jamás explicar la
referencia a una naturaleza humana dada y fija; dicho de otro modo, no hay
determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad. Si, por otra parte,
Dios no existe, no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que
legitimen nuestra conducta. Así, no tenemos ni detrás ni delante de nosotros,
en el dominio luminoso de los valores, justificaciones o excusas. Estamos
solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a
ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por
otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo
que hace.