Dirán que ellos son muy estudiosos, que tienen carrera universitaria y
creen; hablarán de grandes pensadores y teólogos, de grandes tratadistas de la
fe; esgrimirán grandes colecciones e ingentes bibliotecas; discutirán sobre la
ontogénesis y filogénesis de los Evangelios, incluso de los ángeles… Dirán lo
que quieran, pero la religión sólo crece en la tierra de la incultura y con el
abono de la ignorancia.
Sus “sabios” girando siempre en
torno a la misma noria; el suelo, millonario en fieles y milenario en años,
enlosado por gentes sin cultura. Los “sabios”,
dando de comer al hambriento… con viento.
¡Con qué razón dicen hoy que el futuro de la Iglesia está en África! ¿No
se preguntan por qué huye con el rabo entre piernas de Europa? ¿O por qué no en
América del Sur, con tantos años de cristianismo irredento que no ha logrado
nada para esos pueblos más que miseria añadida y espaldarazo a dictadores? Y
ven cómo en América se lanzan en los brazos taumatúrgicos de religiones
sectarias con más “Espíritu Santo”, es decir,
con más jolgorio festivo e impregnadas de magia, ocultismo, sanaciones,
adivinaciones y conjuros.
La religión es a la cultura y a la ciencia como la infancia es al
desarrollo de la personalidad. En ambos terrenos surge propicia la credulidad:
tanto en la religión como en la infancia los credos –los cuentos– sirven a la
imaginación, al desarrollo del sentimiento, al consuelo, a la visceralidad, a
la emotividad… Tienen su vigencia y su porqué. Pero cuando son los niños los
que quieren hacerse “mayores”, hay “mayores” que prefieren seguir siendo niños.
Para muchos es más cómodo. Pura Psicología.
Y no vengan con aquello de “si no os hiciereis como
niños…” porque también es palabra de Dios eso otro de “cuando yo era niño, pensaba como niño…”.
La religión es la infancia de los pueblos. Infancia que muchos postergan
para que dure toda su vida. En muchos aspectos, su personalidad no ha crecido,
ha seguido siendo “infante”, etimológicamente no ha
llegado a hablar. Jamás se preguntarán por la verdad intrínseca de cualquiera
de sus credos ni menos se atreverán a hacer palabra la idea.
A pesar de sus monumentales tratados y quizá escudándose en ellos,
ignorancia, incluso buscada y de la que se glorían. De Santomásdeaquino es la
frase “soy hombre de un solo libro”. Y se dedicó a marear la
perdiz toda su vida. Por lo mismo, la razón que busca, que investiga, que
discute, que se pregunta a sí misma… es la gran ramera, en palabras de Martín
Lutero (“La razón es la ramera del diablo, que no sabe hacer más que
calumniar y perjudicar cualquier cosa que Dios diga o haga”). “Sacrificamos el intelecto a Dios”, decía Ignacio de
Loyola.
Curiosamente se trata del mismo intelecto, la misma razón, que les
sirvió a ellos para desarrollar la Escolástica, desmenuzar y destripar las “grandes verdades” de la fe, inventar
realidades novísimas (como se sabe, los “novísimos” son
muerte, juicio, infierno y gloria) y seguir mamando de la teta de Universidades
y Colegios. En esa dirección sí sirve la inteligencia; en la otra, en
desmenuzar la fe hecha dogmas para tirarlos a la papelera, es condenable.
Hoy la fe está a la defensiva. Ya no puede aguantar en pie ni un segundo
en su confrontación con el conocimiento, con la razón, con el sentido común.
Por eso busca otros cobijos o emigra a otras tierras. Ese mismo Tomás de Aquino
moriría de anoxia en nuestro mundo. Dígase lo mismo de otros ámbitos, por
ejemplo del judaísmo: no hay humus para el cordobés emigrado a Egipto
Maimónides ni para que florezcan tratados como su “Guía de perplejos”.
Y si éstos dos citados pasaban por ser “sabios” y
junto a otros son los que permanecen en la memoria dado que permanecen sus
escritos, nosotros que desde los seis años ya al menos sabemos leer no nos
podemos hacer idea de la supina y abismal ignorancia en que vivía sumida la
gran masa de población de esos tiempos. Ignorancia que llevaba consigo temores
y terrores sobrevenidos o inducidos.
Pero hoy nos parecería criminal y digno de condena el hecho de que, de
la ignorancia de esos “sabios”, surgieran
valores, conceptos, preceptos y normas morales impuestos por la Iglesia como
verdades axiomáticas. De conceptos falsos derivan necesariamente prácticas
aberrantes.
La xenofobia de los judíos hacia otros pueblos hermanos se alimentó de
frases como “…los pueblos turcos, negros y nómadas… su
naturaleza es como la de las bestias privadas de habla” (Maimónides).
Tomás de Aquino, aunque proclive también a la astrología, enseñó que en cada
expermatozoide individual estaba contenido el núcleo de un ser humano. De tal
verdad, la Iglesia prescribió el control de la natalidad, la continencia
sexual, el no al aborto terapéutico y demás enseñanzas morales de la Iglesia.
El gran literato Agustín de Hipona, henchido de egocentrismo e ignorante
compulsivo, entre muchísimas “enseñanzas” que
por su verborrea quedaban confirmadas, fue el que inventó el famoso “limbo”, propiciando con ello los bautismos neonatales
y cargándose la libertad de decisión del infante, pero a la vez introduciendo
la angustia en millones de padres católicos por la suerte de sus hijos. ¿Y
Lutero? ¿No conocemos de él el terror enfermizo hacia los demonios? ¿No decía
que los enfermos mentales eran producto del diablo? ¿Y Mahoma, lo mismo que
Jesús, no decía que por el desierto pululan espíritus malignos? Él los llamaba “djinns”.
Las citas podrían constituir toda una Summa Antropológica de
Barbaridades Científicas. Barbaridades que no tendrían mayor importancia si no
llevaran añadidas sus correspondientes dosis de doctrina moral… y obligación de
entregar parte de la cosecha al clero.
Responden a un hecho bien simple: la humanidad ha pasado por periodos
pre e históricos en los que nadie tenía la menor idea de lo que sucedía. De ese
periodo es de donde surge la religión, mantenida por motivos de muy variada
índole, entre los cuales seguimos encontrando el fundamental, LA IGNORANCIA.