Aunque al usar la palabra religión todo el mundo
sabe de qué y de quién hablamos, juzgo conveniente partir de una definición que
oriente las razones que se expongan a favor o en contra de su enseñanza en las
Instituciones Educativas, tanto en primaria y secundaria. Este sistema se
aplica especialmente en países tercer mundistas, será que la ignorancia es
rentable para los otros.
Acojo la que propone Nicola Abbagnano en su
Diccionario de Filosofía: “La creencia en una garantía sobrenatural
ofrecida al hombre para su propia salvación y las prácticas dirigidas a obtener
o conservar esta garantía. La garantía a que apela la religión es sobrenatural,
en el sentido de que va más allá de los límites a que pueden llegar los poderes
reconocidos como propios del hombre…”.
En síntesis, es la creencia en un ser supremo,
creador del universo, en un omnipotente, omnisapiente y omnisciente, garante de
una vida ultraterrena eterna y feliz para quienes observan sus mandatos e infeliz
final para quienes los desconocen o se consideran ateos.
Hay una gran variedad de religiones, mejor dicho
miles y posiblemente algunas no
suficientemente descritas o definidas, bueno eso depende dónde naciste, pero partimos
de las que nos son comprendidas, de las que nos son más familiares, partimos de
ella para responder a la pregunta que nos formulamos, y es parte del rótulo de
esta publicación.
Lo primero que debe anotarse es que, la creencia no
es objeto de demostración ni de verificación, sino de aceptación por un acto de
fe, que nada tiene que ver con la razón, no con la experiencia y menos con las
fuentes del conocimiento que es base de las ciencias. Partimos de ello, y
decimos por ejemplo, sobre la creencia de la Santísima Trinidad, según el cual
en Dios hay tres personas distintas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que
constituyen una sola sustancia divina. No es fácil que la razón lo comprenda,
ni la experiencia pueda ratificarlo, pero si usted es cristiano no puede
remitirlo a dudas. O lo acepta, y está en la verdad, o no lo acepta y está en
el error. En estos tiempos, por ventura, no condenan a las personas, a morir en
la hoguera a quienes no lo aceptan, pero en el pasado muchos ardieron. Por
ejemplo, el médico y erudito español Miguel Servet, quemado vivo en Ginebra en
1553 por mandato de Juan Calvino, uno de los líderes de la Reforma Protestante
que sin embargo predicaba la libertad de conciencia… Igual suerte corrió unos
años después Giordano Bruno, astrónomo y filósofo italiano condenado por la
Inquisición católica a igual tormento, por sostener tesis, relativas a la
astronomía, que la Iglesia consideraba heréticas.
Obligar a alguien a que acepte como verdades, cosas
que su conciencia rechaza o que están contradichas por la razón y la
experiencia, es un auténtico crimen contra la naturaleza racional de
los humanos.
Ahora bien: como la religión es un hecho social
innegable, debe ser identificado, estudiado y evaluado con honestidad y
ecuanimidad. Es, a mi juicio, un error ignorarlo o soslayarlo. Por eso, en los planes
y programas de estudio de las Instituciones Educativas, debe contemplarse un
espacio para reflexionar sobre este fenómeno y señalar los efectos que produce,
con absoluto rigor y honestidad. Pero adoctrinar al niño y al adolescente en
cualquier tipo de creencias religiosas y obligarlo a aceptar dogmas que la
razón, la ciencia y el sentido común rechazan, es sofocar su conciencia y
debilitarlo como ser pensante. El Estado a través de sus estamentos, debe
garantizar libertad.
Debe empezar cambiando el nombre del área o
asignatura, hoy se designa “Curso de Religión” donde ya se sigue un pensamiento
unidireccional, debería ser; sociología humana, historia del pensamiento
humano, filosofía humana, etc.
Aunque, lamentablemente y hay que decirlo, toda
esta debilitación pensante de los niños, empieza en casa, con un bautismo
obligado, con una aglomeración de tortuosas costumbres religiosas, luego el
niño llega al primer grado, obligado a aceptar dogmas muy fácilmente.
Sería deseable que los maestros hicieran accesible
para los estudiantes un texto tan bello y tan esclarecedor sobre el asunto,
como El porvenir de una ilusión de Sigmund Freud. Cito, de él,
un breve pasaje: “De los hombres cultos y de los trabajadores
intelectuales no tiene mucho que temer la civilización. La sustitución de los
motivos religiosos de una conducta civilizada por otros motivos puramente
terrenos se desarrollaría en ellos calladamente. Tales individuos son, además
de por sí, los más firmes sustratos de la civilización. Otra cosa es la gran
masa inculta y explotada, que tiene toda clase de motivos para ser hostil a la
civilización… Si no se debe matar única y exclusivamente porque lo ha prohibido
Dios, y luego resulta que no existe tal Dios y no es de temer, por tanto, su
castigo, se asesinará sin el menor escrúpulo, y solo la coerción social podrá
evitarlo. Se plantea, pues, el siguiente dilema: o mantener a estas masas
peligrosas en una absoluta ignorancia, evitando cuidadosamente toda ocasión de
un despertar espiritual, o llevar a cabo una revisión fundamental de las
relaciones entre la civilización y la religión”.