Es lamentable que en los tiempos presentes se
considere ofensa a los sentimientos religiosos cuando se es crítico con las
ideas que sostienen a las religiones, obviamente corro el riesgo de que alguien
se pueda sentir ofendido en su creencia o que alguna organización anacrónica,
defensora acérrima de la ortodoxia religiosa, intolerante, antidemocrática y
adinerada, aproveche la oportunidad para imponer su integrismo religioso, y
castigar al malvado e insolente que osó burlarse de sus rogativas, ridiculizar
sus imágenes, cuestionar sus creencias o “profanar” un recinto religioso. Lo
que para algunos puede suponer una ofensa a los sentimientos religiosos, para
otros no es sino una manifestación de la libertad de expresión; así ocurre
cuando se hacen bromas con cristos, vírgenes y profetas, se caricaturizan las
celebraciones y ritos religiosos o se protesta contra una concentración o
manifestación religiosa. La ofensa depende de los sentimientos y de la
ideología de quien se siente ofendido, y de quien es llamado a enjuiciar
el hecho supuestamente ofensivo, pudiendo ser objeto de pena de multa o cárcel.
No hay razón por la que los sentimientos religiosos hayan de adquirir tal
predominio sobre otro tipo de sentimientos, sujetos todos ellos a la crítica,
al repudio o al rebatimiento.
Quizás los creyentes debieran leer los
llamados “libros sagrados” La biblia -Antiguo Testamento- en los que se
sustentan las tres religiones monoteístas mayoritarias -y por consiguiente su
fe religiosa- de una manera sosegada, critica y racional -en la medida que ello
sea posible-, y también los específicos del Cristianismo (Nuevo Testamento) y
del Islam (el Corán). Podría el lector creyente que se acerque de ésta manera a
los citados textos llegar a la conclusión no equivocada, de que adjetivar a
Dios con determinados calificativos, por parte del no-creyente, no es una
ofensa para sus sentimientos religiosos, puesto que es así como la misma Biblia
recoge la figura de su Dios; sino que muy al contrario son los citados “libros
sagrados” los que suponen una ofensa para cualquier ser humano, incluidos los
propios creyentes.
Decir que el Dios en el que cree es un ser
exterminador (¿quizás genocida?) es constatar lo allí escrito, concretamente en
Génesis 6.5 (voy a exterminar con el hombre, a los ganados, reptiles y aves del
cielo, pues me pesa de haberlos creado), en Génesis 18.23 (¿pero vas a
exterminar al justo con el malvado? –pregunta de Abraham antes de la
destrucción de Sodoma-), en Éxodo 17.8 (y exterminó a Malaec y a su pueblo al
filo de la espada), en Deuteronomio 12.29 (cuando Yavé, tu Dios, haya
exterminado a los pueblos…), en Deuteronomio 19.1 (cuando Yavé haya exterminado
a las naciones…), por poner solo algunos de los ejemplos en los que Yavé manda
asolar los pueblos que los israelitas van conquistando en su camino hacia la
tierra prometida. Podrían citarse igualmente las plagas de hambre, sed, miseria
y muerte con las que Yavé castiga al pueblo egipcio.
Decir que el Dios venerado por la mayoría de
la humanidad es un dios asesino, no debe ser una ofensa a los sentimientos
religiosos de nadie, pues el termino va asociado al de exterminador que el
mismo Dios se reconoce a si mismo, además de las innumerables referencias
bíblicas al respecto: Números 16.21 (apartaos de esa turba, que voy a
destruirla en seguida –ante la sedición de Coré; murieron varios centenares de
personas-), Deuteronomio 7.1-6 (derrumbareis sus altares, romperéis sus cipos y
daréis al fuego sus imágenes talladas –tras expulsar a jeteos y otros
pueblos-), Deuteronomio 13.6 (y sea tu mano la primera que se alce contra él
para matarle, le lapidareis hasta que muera –por seguir a otros dioses-),
Levítico 10.2 (entonces salió de ante Yavé un fuego que los abrazó y murieron
ante Yavé –castigo a los dos hijos de Arón por cometer un error-); y como éstos
hay multitud de pasajes en los que ordena matar a otros o lo hace el mismo
Yavé.

Y así podríamos citar innumerables párrafos en
los que el mismo Dios da muestras de su crueldad, de su homofobia o de su
misoginia, por poner algunos de los adjetivos con las que se le podría
calificar, y de los que se vanagloria. Un buen creyente llegaría a la
conclusión de que ese Dios tan perverso no puede existir.